Rodrigo López Rueda

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Recital de piano. Del ritual a la trascendencia, de la danza a la luz – Guadix

January 24

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De gran heterogeneidad y aparentemente inconexas, cada una de las obras que componen este programa mantiene un nexo sutil con la anterior y la posterior, formando un hilo continuo que desemboca en la Sonata en si menor de Franz Liszt. A lo largo de este recorrido, se entrelazan los grandes temas que la atraviesan: la danza, el misticismo, el dramatismo, el lirismo, el amor, la muerte y, finalmente, la redención.

Este recital de piano se abre con la Chacona de Sofia Gubaidulina (n. 1931), una obra de una intensidad casi brutal. Inspirada en la antigua danza barroca española, Gubaidulina la reinterpreta desde su lenguaje espiritual y visionario, lleno de disonancias, tensiones y contrastes extremos. Su “chacona” no busca la sensualidad terrenal del modelo original, sino un ritual trascendente, un viaje interior. En cierto modo, este comienzo encierra el germen de todo el programa: una danza que ya no es danza, sino invocación.

Desde ese estado de fuerza y misticismo, el discurso se repliega progresivamente hacia el interior en tres pasos: el Preludio y Fuga en re menor, BWV 875, de Johann Sebastian Bach (1685–1750), elabora un orden solemne, casi arquitectónico, con un preludio de aire concertante (que recuerda al célebre Concierto en re menor para clave y orquesta del mismo autor) seguido de una fuga más introspectiva, teñida de un dramatismo contenido. La Sonata en re menor, K. 32, de Domenico Scarlatti (1685–1757), lleva esta concentración a su extremo: una miniatura de melancolía suspendida, donde el tiempo parece detenerse. La transición se cierra con la Sonata en re menor, R. 15, de Antonio Soler (1729–1783), que devuelve el impulso rítmico y danzante al discurso, uniendo el espíritu español del Barroco con la vitalidad de la danza popular que subyace en la obra de Gubaidulina. Así, las piezas de Bach, Scarlatti y Soler funcionan como un espejo retrovisor de la Chacona, reduciendo su monumentalidad hacia un intimismo luminoso y sereno.

Desde ahí, el camino retoma su energía en el Estudio n.º 10 en si menor, op. 11 “Lezghinka” de Sergei Lyapunov (1859–1924), compositor ruso que, como Gubaidulina unas décadas después, conoció las tensiones del exilio y las fracturas políticas de su tiempo. Su Lezghinka se basa en una antigua danza del Cáucaso, transformada en un torbellino virtuoso de ritmo irregular, exuberancia armónica y color orquestal. A través de esta obra, el espíritu de la danza (que en Gubaidulina era místico y en Soler, popular) reaparece ahora con un vigor romántico e inflamado. También aquí la afinidad tonal (re menor en los barrocos, si menor en Lyapunov y Gubaidulina) refuerza la coherencia secreta de esta primera parte, un hilo subterráneo que conecta épocas y estéticas muy distantes.

Del estudio de Lyapunov, de lirismo apasionado y virtuosismo extremo, se pasa al Estudio trascendental n.º 8, S. 139 “Wilde Jagd” (La caza salvaje), de Franz Liszt (1811–1886), donde la energía desbordante y el frenesí técnico se funden con una escritura de canto expansivo. Este lirismo heroico abre el camino al dramatismo operístico del Isoldens Liebestod, S. 447, transcripción de Liszt sobre la escena final de Tristán e Isolda de Richard Wagner (1813–1883). Aquí, amor y muerte se confunden en un clímax de redención y luz: el amor absoluto solo puede consumarse en la muerte, y la muerte se transforma en trascendencia.

La relación temática continúa con El Amor y la Muerte de Enrique Granados (1867–1916), balada perteneciente a su suite Goyescas. Esta obra, que inspiró más tarde la ópera homónima, representa el punto culminante del lirismo español, donde la pasión y la tragedia conviven en un equilibrio de fuego y delicadeza. En este contexto, Granados aparece como un puente entre el dramatismo wagneriano y la interioridad poética del Liszt maduro.

El programa culmina con la Sonata en si menor, S. 178, también de Franz Liszt, obra monumental en la que el compositor recoge y sintetiza los elementos de todo el recorrido previo: el misticismo de Gubaidulina, el contrapunto esotérico de Bach, el intimismo de Scarlatti, el espíritu danzante de Soler y Lyapunov, el lirismo de Wagner y Granados y la energía visionaria de su propio lenguaje. Inspirada en el Fausto de Goethe, la sonata encarna la dualidad del ser humano —entre la culpa y la salvación, la oscuridad y la luz— para concluir en un luminoso Si mayor que, al igual que en Isoldens Liebestod, es símbolo de redención. Esa resolución final no solo disuelve la tensión de la tonalidad inicial (si menor, compartida con Gubaidulina y Lyapunov), sino que también cierra el círculo abierto por la Chacona: del ritual a la trascendencia, de la danza a la luz.

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